miércoles, 17 de junio de 2015

Fragmentos de EL ARTE Y LA MUERTE/OTROS ESCRITOS de Antonin Artaud

el alma ni siquiera posee el recurso de quebrarse.

ese cuerpo que abandonarás sin olvidar ni su materia, ni su espesor, ni su asfixia imposible.

¿Quién no tiene el recuerdo de aumentos inauditos, del orden de una realidad totalmente mental, y que entonces no lo asombraban, que eran ofrecidos, realmente entregados al entrelazamiento de sus sentidos infantiles? Prolongaciones impregnadas de un conocimiento perfecto, que todo lo impregna, un conocimiento cristalizado, eterno.

lo real se iguala a la materia y se pudre con ella.

usted se encuentra en todos los nudos de mí mismo.

había aprendido a acercarme a la muerte y por eso todas las cosas, hasta las más crueles, sólo se me aparecían bajo su aspecto de equilibrio, en una perfecta indiferencia de sentido.

Una sola cosa es exaltante en el mundo: el contacto con las potencias del espíritu.

La vida va y viene y poco a poco empuja a través del empedrado de los pechos.

¿Reventará el pájaro la embocadura de las lenguas, irán los senos a ramificarse y volverá a su lugar la pequeña boca?

Todo lo que ocurre en él es suyo. Y en él, en este momento, ocurren cosas. Cosas que lo eximen de buscarse.

la inteligencia es eso: soslayarse.

La cuestión del amor es sencilla.

este amor todo empedrado de carne

El placer forma una música filosa y mística sobre el filo de un sueño afilado.

Ese libro donde se da la vuelta la página de los cerebros.

enseñas a no ser más que una línea y la capa elevada de un secreto.

La sombra del eclipse hace un muro sobre las sinuosidades de la alta mampostería celeste.

una velocidad de astros despedidos.

Tengo el cráneo grueso pero el alma lisa, un corazón de materia embarrancada.

Tampoco yo espero otra cosa que el viento.

La avanzada de la noche profusa con su cortejo de alcantarillas.

la sangre llena de pantanos.

sentí unos pies que terminaban de aplastar los cristales de los planetas.

Esos estados donde la realidad más sencilla, más cotidiana, no llega hasta mí, donde la apremiante presión de la realidad habitual no atraviesa hasta mí, donde yo no alcanzo ni siquiera el nivel necesario de mi vida.

más vale estar en un estado de abdicación perpetua frente a su espíritu.

Abandonen las cavernas del ser... Es tiempo de abandonar sus moradas.

Sólo a través de un desvío de la vida, a través de una detención impuesta al espíritu puede fijarse la vida en su fisonomía llamada real, pero la realidad no está por debajo. Por eso a nosotros, que apuntamos a cierta eternidad surreal, a nosotros, que desde hace mucho tiempo dejamos de considerarnos en el presente, y que somos para nosotros mismos como nuestras sombras eralies, no tienen que venir a fastidiarnos en espíritu.
Quien nos juzga no nació para el espíritu, para ese espíritu que queremos expresar y que para nosotros está fuera de lo que ustedes llaman el espíritu. No tienen que llamar demasiado nuestra atención sobre las cadenas que nos atan a la petrificante imbecilidad del espíritu. Echamos manos a una nueva bestia. Los cielos responden a nuestra actitud de insensato desatino. Ese hábito que tienen ustedes de volver la espalda a las cuestiones no impedirá que llegado el día se abran los cielos, y una nueva lengua se instale en medio de sus imbéciles negociaciones, queremos decir imbéciles negociaciones de su pensamiento.

Lo que admiro, aquello por lo cual conservo el apetito, es el animal inteligente que busca, pero que no busca buscar. El animal que vive.

sólo reclamo el silencio, pero un silencio intelectual, si me atrevo a decir, y semejante a mi espera crispada.

Pienso en la vida. Todos los sistemas que pueda construir jamás igualarán mis crisis de hombre ocupado en rehacer su vida.

En cada una de las vibraciones de mi lengua vuelvo a hacer todos los caminos del pensamiento en mi carne.

Yo destruyo porque, en mí, todo cuanto proviene de la razón no se sostiene.

El eterno conflicto entre la razón y el corazón se resuelve en mi propia carne, pero en mi carne irrigada de nervios.

Me entrego a la fiebre de los sueños, pero para extraer de ello nuevas leyes.

lo único que pido es una cosa, que me encierren definitivamente en mi pensamiento.

Mientras no hayamos logrado suprimir ninguna de las causas de la desesperación humana no tendremos derecho a tratar de suprimir los medios por los cuales el hombre intenta liberarse de esa desesperación.

hay hombres que son evadidos desdichados del infierno, evadidos destinados a recomenzar eternamente su evasión.

Desdichadamente para la enfermedad, la medicina existe.

ustedes están fuera de la vida, están por encima de la vida, tienen males que el hombre común no conoce, superan el nivel normal, y eso es lo que los hombres no les perdonan, ustedes envenenan su quietud, son disolventes de su estabilidad.

Y con mucha seguridad estoy muerto desde hace mucho tiempo, ya estoy suicidado. Me han suicidado, quiero decir.


No siento el apetito de la muerte, siento el apetito del no ser.  

jueves, 4 de junio de 2015

Fragmentos de MARTINICA encantadora de serpientes de André Breton

En los verdores perforados tus ojos de
luciérnagas

no conozco nada más irrisorio que ese temor de la imaginación que oprime al pintor.

-Podemos preguntarnos en qué medida la indigencia de la vegetación europea es responsable de la huida de la mente hacia una flora imaginaria.

El hecho de haber nacido cerca de un sauce llorón no es un motivo para que deba consagrar mi expresión a ese apego por cierto estrecho.

Si Rousseau no se movió de Francia, habría entonces que admitir que su psicología de primitivo le ha descubierto espacios totalmente primitivos conformes a la realidad.

Se podrían alinear todas las catedrales, dinamitar algunas, reflejar todo en un lago y administrar belladona a los espectadores que aún no se llegaría ni a los talones del enmarañamiento de esos árboles especializados en la acrobacia, que se levantan unos a otros hasta las nubes, saltan los precipicios y quejándose describen el arco de las hechiceras queridas bajo ventosas de flores viscosas que son lámparas de acetileno, lámparas de arco destinadas a alumbrar las regiones reservadas en las sombras del corazón, las criptas maternales que se entreabren y se cierran sobre nuestra vida.

Es verdad que de lo que se goza es de lo que menos se descifra.

-Llevémonos simbólicamente la flor del balicero bella como la circulación de la sangre desde lo más bajo a lo más alto de las especies, los cálices colmados hasta el borde de este sedimento maravilloso. Que ella sea el término heráldico de la conciliación que buscamos entre lo perceptible y lo que se escapa, la vida y el sueño -pasaremos por todo un enrejado de ellas para continuar avanzando de la única manera legítima que hay: a través de las llamas.

Mi ojo es una violeta cerrada en el centro de la elipse, en la punta del látigo.

quienquiera que se asome sobre la gran miseria de Martinica y manifieste la intención de remontarse a sus causas será advertido de que se juega la vida.

“Somos, proclamaba Césaire, de los que dicen no a la sombra”.

donde se elaboran las imágenes poéticas hasta que tienen la fuerza suficiente para sacudir los mundos, sin otra referencia en el remolino de una vegetación furiosa que la gran flor enigmática del balicero con su triple corazón palpitante en el extremo de una lanza.

De una vez por todas confirmé la idea de que nada será hecho mientras ciertos tabúes no hayan sido levantados, mientras no lleguemos a eliminar de la sangre humana las mortales toxinas que mantienen la creencia -por cierto cada vez más indolente- en un más allá, mientras no terminemos con el espíritu de cuerpo absurdamente aferrado a las naciones y a las razas y con la abyección suprema que se llama el poder del dinero.

Cantar o no cantar, he ahí la cuestión.

Si los negreros han desaparecido físicamente de la escena del mundo, se puede asegurar que en revancha hacen estragos en el espíritu donde su “madera de ébano” son nuestros sueños.

como los dedos del peral tropical caen en la gangrena de la noche.

La vida intermitente es la crepitación de un
colibrí verde

Por mi hambre expandan el árbol de mil injertos
del tocón de aquel que habla solo