viernes, 15 de mayo de 2015

CRIMEN, de Agustín Espinosa

Uno nunca sabe el libro que tiene entre manos, como no sabe según las manos los libros que habrán repasado sus tardes tranquilas o sus noches; al fin y al cabo uno no sabe nada o casi nada. Pero a veces llega un libro con su mano muerta y con su calle de los muertos a remover esa infancia anormal de que nos habla, o ese crimen muchas veces irónico, un crimen incontable pero cometido, una novela que es un poema que es una reflexión y que no es ninguna de las cosas enunciadas. Se pregunta uno tantas cosas después de leer algo así: ¿cómo prácticamente no había oído hablar de Agustín Espinosa, cómo es posible que no supiera de Crimen, de su portada de Óscar Domínguez, cómo es posible? Pero los amigos están ahí para satisfacer esos escalones que nos separan siempre de la altura y fue así, por un buen amigo, el que mejor conoce a Espinosa, que di con Crimen pues me lo envió y pude disfrutar de su impresionante despliegue de imágenes fascinantes. Los libros los mido siempre según dos criterios igualmente valiosos; si los subrayo tanto que el libro se vuelve pura línea es porque el autor y la obra me parecen insuperables y si sueño mucho en relación a lo leído, si lo vivo en esa vida olvidada de los sueños profundos; entonces es que el autor me ha tocado verdaderamente las fibras, los adentros, los que tanto me esfuerzo en conocer cuando parecen haber tantas maniobras empeñadas en que me olvide. Crimen carece tanto de sentido que, a los que no tenemos sentido, nos resuelve y, a los que lo tienen, posiblemente los remueva hasta ver lo interesante que puede resultar el puzzle siempre deshecho.

Cuando interiorice un poco más los sueños que me provocó este Crimen literario los contaré; mientras, dejo aquí muestra de algunos fragmentos:

Me había dormido entre veinte senos, veinte bocas, veinte sexos, veinte muslos, veinte lenguas y veinte ojos de una misma mujer.

Tu clepsidra sangrienta. Con la última gota de mi sangre se acabará también tu sueño...

siniestro rebaño de ataúdes alados.

la cena mágina, en la cual habría de ser yo, a la vez, “maitre”, matarife y comensal enamorado.

Van ladridos de perros detrás de mi sombra, detrás del sudor caído en el polvo.

Llueve la luz en complicidad con ecos deseados.

¿Qué temo de esa esquina muda, de ese portal solitario, de ese hombre alto, que me ha mirado al pasar como a un tiñoso perro?

Vamos soñando pesadillas por la vida.

¿Qué sueña el mar estos amaneceres de agosto para que sea su canto tan tierno tan sutil su espuma, tan sonriente su azul, tan melodioso su oleaje? Siguen las alcantarillas desembocando en sus aguas. Neptuno le ha olvidado ya. Las antiguas sirenas habitan ahora estrellas distantes. Pero el mar sueña aún no sé qué deliciosos sueños, pues es tierno su canto y sutil su espuma y sonriente su azul y melodioso su oleaje.

¡Tal nebulosa entre alas de ayer y cárceles de siempre!

La ventana empezó ¿qué febrero, qué mayo, qué agosto, qué noviembre? a motivar preguntas misteriosas.

Su cadáver conservó durante muchos días la sonrisa inconfundible de los que mueren intoxicados con perfumes.

Usted únicamente, Gustavo Adolfo Bécquer, novio de todas las muertas bonitas...

Sobre unas rocas frontales se desmayan las sombras violeta de unas garzas.

una lívida tarde sin proa.

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