viernes, 3 de enero de 2014

Malcolmchazaliando (I)

Son los recuerdos
una inversión
de pasado.

En la noche,
para todos,
la primera
prostituta
es
la luna.

“Sé tú mismo
en el cortejo”
-dijo la flor
al viento-,
y cesó.
 
Todos los años
pierde el rey
el hilo
de su discurso.

El cerebro
de Gauss
tenía forma
de campana.

Amar es equivalente
a no ser capaz
de la mentira.

Isel,
abierta en abanico,
es todo
mi universo.

Entre la nube
y la alberca
es la lluvia
el amor.

El día que me rompí
como un jarrón
pensaba
que una mujer
pegamento
uniría mis añicos,
no sabía
que, en cambio,
me convertiría
con el tiempo
en otra figura
rompible
parecida a un jarrón
pero diferente
y nueva.

La mirada de Isel
es un perpetuo
escondrijo.

Mientras por un oído
me dicen qué
y por el otro
me cuentan cómo,
yo miro
a las estrellas.

En el ergonómico
cuerpo
de Isel,
dormitan
mis arrecifes.

Como mi hermana
empiece a escribir
mejor que yo,
me alegro.

Los corazones
no se rompen,
sólo
se doblan.

Estirando
el corazón
hace el payaso
llorar
a los niños.

Se vende poema
bien iluminado
todo interior
ahora asequible
en cómodos
plagios.

Es el viento
las piernas
de la nube,
sólo con el viento
puede la nube
pasear.

Pocas cosas
tan dulces
como Isel
haciendo una tarta.

En estos días
de abuso alimentario
lo único que no tenemos
es perdón.

Sentarse
delante de Twitter
pensando
algo maravilloso
que escribir
es
lamentable.

Anoche,
de tanta ropa,
pasamos frío.

Todos los años
celebramos
que una esfera enorme
siga girando
alrededor
de un gigantesco
camping-gas.
Es poético
y desolador.

El poeta
es un científico
en huelga
de hombre.

El único arqueólogo
que se excava
a sí mismo
es el poeta.

El poeta
que no se recupera
elige la poesía
al amor.

Los espejos
hablan al misántropo
de usted.

Cuando me besa
se me rompe
el occipucio.

Deberían ponerle
chaleco antibalas
a la munición.

En el culo
de la luna
son bellos
los lunares.

También yo
quería ser atropellado
por un tren
en mis primeros
fracasos
sentimentales;
desde Isel,
no hago más
que atropellar
planetas.

El día
que no me contradiga
diré adiós
al poema.

Emigra
el útero de mi madre
en nosotros.

Tanto le temo
a la desidia
que me aburro
de mí.

Tengo tantas cosas
que decir
que seguiré
bebiendo.

Todas
las estrellas
son la constelación
de Isel.

Le dijo la copa
al bebedor de absenta:
“yo te bebo”
y nada,
salvo pedir otra
dijo él.

A veces,
para olvidarme
de mí,
le digo a Isel
que me beba.

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