viernes, 10 de enero de 2014

El día Q

                         A mi padre

El día que
le salga musgo a las azoteas,
el día que
los osos entren en los teatros
y se salten los ciervos
los pasos
de peatones;
el día que
cuelguen las parras
de las altas oficinas
y miremos al pájaro
con ojos de pájaro
y nos vea el pájaro
como posible
volador.

El día que
sea el hambre un cuento,
sea la guerra un cuento,
sea la paz un cuento,
sea un cuento
toda
obstinación;
el día que
Isel no tenga que madrugar
para cuidar a los padres
de hijos desagradecidos;
ese día
que tengamos tiempo
de contar
alguna
estrella.

El día que
no seamos chinos ni españoles
ni franceses, ni alemanes,
el día que
simplemente
no seamos más
que nosotros mismos
y viajemos a nuestro
entorno
antes
de Marte.

El día que
tirarse al barro
sea literal
y trepen los koalas
por las estatuas
y jueguen los niños
con los mandos
de su imaginación.

El día que
seamos todos universo,
el día que
saltemos a la comba
con las lianas
y digamos:
hoy madrugué para ver
los peines
del agua,
hoy fui a contar
el verde,
hoy cacé al menos
sesenta y siete mil
sensaciones.

Ese día.

El día que
digamos con seguridad:
Mirad: esa llanura
no es de nadie;
atended: esa playa
no es de nadie;
fijaos:
ni un hombre
es de nadie.
El día que
viajar a Honduras
cueste un puñado
de narcisos
y el coche
último modelo
sea nuestros
propios
pies.

El día que no sea
anónimo
ni un
individuo
y crezcan salvajes
los niños
y hablen los niños
con los campos
de espinaca;
el día que
todo lo que estudiemos
sea universal
y haya contrabando
de conciencia
y la distancia
más corta
entre dos puntos
sea
la aventura.

El día
que miremos sin pudor
el escote de las montañas
y las dejemos
ser
corsé;
el día que
el GPS diga:
en la próxima rotonda
gire a la cascada,
falta treinta y dos
abrazos
para llegar
a su destino;
cambiando la ruta,
puede ir al multiverso
por cualquier sitio.

Ese día.

El día que los olivos
rejuvenezcan
y haya yo nacido
en una tierra sin nombre
donde se abran los
paraguas
de repente.
El día que
los tomates tengan
corazón
y vayan los campesinos
a preguntarle al aire
su precio.

El día que
bostecen los recuerdos
y tengan ausencia
de memoria
las palmeras;
ese día que Isel
se haya puesto
su vestido rojo
y deje al verano
la lascivia
cuando trepen
los conejos
por las montañas
de carne
recién
liposuccionada
y viertan al océano
cuatro mil millones
de toneladas
de
nada.

Ese día
la
poesía
no será
necesaria.

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