viernes, 15 de junio de 2012

Me excuso. No he escrito últimamente porque se me han amontonado las anécdotas y, teniendo mucho que contar, decidí pintar pues es en la pintura donde suelto todo lo que tengo que decir sin necesidad de la palabra. Y eso que estuve en Semana Santa en cuatro provincias de Andalucía y me enamoré otra vez de Granada y le pedí disculpas a Córdoba por tanto tiempo y le miré las cuevas a Málaga y olí el serrín de Jaén. Y eso que fui junto a mi hermano a verle probarse el traje de novio y me asombré al ver la mujer en que se está convirtiendo la pequeña Virginia y casi lloré de ver a mis abuelos tan mayores y delicados, agarrándose a los segundos; queriendo ser aún jóvenes en mitad del implacable centurión del viento. En serio, y eso que medí la anatómica sincronización de las mareas mediterráneas con la luna y eso que comprobé lo hermosas que crecen las macetas cordobesas y casi memoricé perspectivas de patios blancos adonde se asomaban tenaces los geranios, y eso que la abuela preparó no sé qué potingue de garbanzos y acelgas y se me llenaron las fosas nasales de históricas hambrunas y el abuelo canturreó alguna copla después del vino a la hora en que las muchachas empiezan a enfadarse con sus novios y estos marchan al blanco a dormir la siesta. Casi nada. Y eso que a mi cuñada Carolina se le abrían los ojos como lirios imaginando el sí quiero y vestían mi hermano y ella las paredes de colores y colocaban los muebles que habrán de mirar con los años. Sólo si cierro los ojos y escucho algo de Offenbach puedo pasear aún por El Paseo de los Tristes de Granada, guiados por nuestro amigo Jose, a quien llamamos cariñosamente "el primo", subiendo extasiados las cuestas peregrinas hasta la cima desde donde se ve la ciudad más bonita del mundo. Y el primo, como buen guía, nos explica las leyendas de La Alhambra y nos hace imaginarla blanca blanca, tal y como era al principio. Y entramos a los bares donde las tapas son gigantes y la gente grita de alegría y hay quien llora las procesiones en esa Andalucía lejana llena de nostálgico dolor, mientras yo me contamino de todo abiertamente y con delirio deseándome estampar contra todos los impulsos.




Sí, dejé de escribir durante meses porque nadie puede sacarse un monumento del pulmón y pretenderlo parafrasear. Por eso es que decidí dibujar a mi madre y a mi padre en mitad de mis ensoñaciones y hacerlos eternos. A mi padre, como ya se habrá visto lo dibujé junto a su fiel amigo perro pues se entiende mucho mejor con éstos que con las personas. A mi madre la rodeé de una suerte de juego antiguo donde todo parece una ilusión. Ambos cuadros, que valen cien mil veces más que todo el material que se muestra anualmente en ARCO, los guardo con recelo en casa donde puedo sentarme frente a ellos durante horas. Isel, incluso, ha amenazado con esconderlos si no dejo de hablar de ellos o de admirarlos pues es que los he llenado de tantas proporciones mágicas y estudios logarítmicos que carecen de todo valor plástico y eso me conmueve sin control. Ahora he empezado a dibujar a la abuela Juana rodeada de pura simetría para mostrar la rectitud que ella representa. De fondo colocaré el portón de la Iglesia de San Juan Evangelista del pueblo que me vio nacer y de ahí saldrá un camino cónico que culminará en su figura transparente. Pocas cosas me llenan tanto y me conmueven como el logro pictórico que consigo cuando me esfuerzo. Por supuesto todavía no he conseguido el nivel de una hoja doblada metida en una urna de cristal y que se mostraba orgullosamente hace poco en el Museo Reina Sofía, pero sigo trabajando en ello.



Y lo mejor de todo. El pasado 12 de abril escribí el mejor poema de la historia de la literatura. Resultó de lo más sencillo. Estaba tumbado en el sofá abrazado a Isel. Sabíamos que formábamos parte de los cinco millones de parados, que nos estaban recortando la sanidad, la educación y todo lo demás; que nuestro querido rey estaba cazando elefantes en Bostwana. Lo de siempre, vamos. Ahí estábamos los dos abrazados, en el sofá más normal de la ciudad más contaminada de España. Y yo, que tuve la oportunidad en Córdoba, en Granada, en Málaga o en Jaén, que me podía haber arrodillado frente a ella rodeado de piedras milenarias, sin ni siquiera agacharme ni sacar de mi bolsillo el más absurdo brillante le pregunté, mirándola profunda y exhaustivamente a los ojos que si se quería casar conmigo; cosa que ella aceptó instantáneamente. Y así haremos el próximo año.



Por eso digo que no he escrito últimamente porque se me han amontonado los poemas y hay poemas que son sólo curvas acinéticas donde se acepta la vida al lado de una persona sin amortiguador. Nos uniremos aunque en la tarjeta sanitaria aparezcamos como personas sin recursos, como si no se hubieran dado cuenta de que tenemos tantos que no caben en el microchip. Nos uniremos aunque hagamos cola en el laberinto de todos los desastres, aunque tengamos que sacar el rifle el día que nos quieran embargar los derechos. Aunque tengamos que ir a cazar a nuestro hijo a Bostwana. Aunque la sombra de los días amenace a los relojes de nuestra salud.



Pedro Morillas... ¿quieres a Isel García en la salud y en la enfermedad hasta que la muerte os separe?



Sí, y en el descalabro y en el desastre y en el olvido y en el rechazo y en el absoluto aburrimiento y en la muerte mortífera, ¿acaso crees que la muerte nos podrá separar?



Nunca.



Jamás.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Jamas amor mio. Jamas.

VallekAna dijo...

¡Enhorabuena!