miércoles, 13 de junio de 2012

La idea

Mis atracadores son también mis guardaespaldas.




Tengo un grito en la piel que podría decir sueño,

tengo un grito incontenible, recién nacido,

tan algo grita mi grito que pareciera sumirse

en la rebelión de todos vuestros gritos,

pero claro, yo oigo mi grito y se supera tanto

que no tiene decibelios mi grito

y no lo oigo a mi grito gritarse de tanta voz.



Planean desahuciarme mis silencios de acogida.



De verdad que estoy a punto de decir algo

porque no puede ser que me lo digan las charnelas

cuando enclavadas en el horizonte se cansan el oído

y mienten mienten mienten sobre la planicie

rodeadas de un griterío malcriado,

de un tormentoso griterío que juraría haber

escuchado justamente lo contrario

de lo que apuestan las cometas.



No ha dicho nada todavía la prensa sobre Isel.



Tampoco yo me pronuncio sobre los montones

de arrugado papel que compraron a los pájaros,

ni sobre la chatarra por la que se cambió el cielo

y mucho menos sobre los secretos que harían

mudar de piel a los cojines.

Todavía no he dicho nada sobre el amueblado

hombre con vistas a su precipio.



Nadie ha discutido todavía sobre el hombre.



No digo que haya que destruir el mundo para acotarlo

ni quiero, Dios me libre, que sonrían las palmeras de felicidad,

digo que los niños dejan de ser niños

cuando pierden la cuenta de las chinchetas,

digo que parece el bienestar un museo de la tortura,

digo, por no gritar, que me desespero

cuando, a la mañana, me persiguen las recaudaciones.



Llamaré a la policía para denunciarla, lo juro.



Y no sé qué hacer, porque ningún daño me han hecho los cristales,

no sé qué hacer, porque ninguna herida los estercoleros,

sólo me alivia la idea, la idea, la idea, la idea, la idea

y un quizá llevarse a cabo, un puede que mañana

conscientes de su ineptitud, todos los tiburones

deciden oceánicamente suicidarse de verguenza.



Y, mientras tanto... desempolvar el cobarde fusil

de la palabra.

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