viernes, 9 de septiembre de 2011

Salvaje Andalucía

Andalucía es el único lugar del mundo donde, a partir de la una del mediodía, empiezan a echarle agua al vino; o eso es lo que dicen y mi padre el primero. “Bueno… me voy, que van a echahle agua al vino…” y sin más se levanta de la silla de playa, se pone las gafas de sol de malote que le dan un aire de mafioso insuperable y marcha al bar justo a tiempo, antes de que agüen el zumo de uva fermentado. Sucede que a la misma hora otro considerable número de hombres marchan al bar siguiendo el mismo esquema. Al final acaban bebiendo cerveza la mayoría pero es un dicho como otros tantos. La mayoría de las mujeres aprovechan para seguir tomando el sol; la mía no, la mía sale escopeteada detrás de mi padre: “Así no se lía tanto…” nos dice mientras se coloca la pamela y sale tras él.

No hace mucho que analizo exhaustivamente los dichos de mi tierra. A veces ni siquiera me da tiempo a analizarlos todos. Todo depende de la persona con la que esté. Con mi abuelo, por ejemplo, es un no parar. Cuando estoy admirando alguna de sus palabras ya empieza con las siguientes quedándome al final sin nada en la cabeza; pero eso de “le van a echah agua al vino…” es de mis preferidos. Como si una brigada de seres hubiera programado a la una del mediodía ir a todos los lugares del mundo para estropear las bebidas alcohólicas. Admiro que Andalucía es el lugar que conozco donde hay más poetas por metro cuadrado y lo mejor de todo es que ellos ni lo saben: Beben como poetas, hablan como poetas y muestran la misma ignorancia bonita que tiene la mayoría de los poetas; quiero decir que la ignorancia hace que se expliquen algunos fenómenos científicos de una forma que resulta bella por la inocencia ignorante con que se ausculta. Me dice mi abuelo: “Mira niño lo rojo que se ha puesto tu tío Alfonso… pero abuelo, ¿lo hah dejao al sol?... ¡No, hombre! Lo que pasa eh que con la brisilla ehta que ehtá haciendo pueh sa quedao tohtao…” Y yo me lo imagino tal cual, veo cómo el viento mueve los fotones de la luz que el sol envía para quemar a la gente que ha buscado la sombra. Uno se contagia rápido de todo eso. A mí, es cruzar Despeñaperros, y ya se me olvidan todas las eses y empiezo a hablar como si estuviera a punto de cantar. No sé a qué es debido pero es así. Además todos los poemas que podría escribir en Andalucía son rimados, trágicómicos y hablan de la tierra más que nada. Sí, me pongo muy lorquiano en cuanto cruzo Granada; es como si me hechizaran y fuera otro muy distinto al que soy en Madrid. Lo peor de todo es que en Andalucía me gusta la poesía rimada y me sigue gustando siempre que la lea allí, al sur del todo. En cuanto vengo a Madrid y les echo un vistazo a los poemas y, o los guardo, o los tiro sin remedio.

Pero quiero hablar de algunas de las cosas que dicen quienes me rodean y que me parecen absolutas maravillas; intentaré obviar los refranes pues ya muchos son conocidos pero veréis: Mi padre, por ejemplo, es la persona que más madruga del pueblo. Ya desde primera hora de la mañana se pone en plan revolucionario. Otros muchos madrugan en la playa para colocar su sombrilla en primera fila, de modo que conforme avanza el día la arena se convierte en un tetris de sombrillas donde uno puede leer el periódico del vecino sin moverse del sitio. Es más, yo hago con Isel planes estratégicos para conseguir ir desde atrás hasta el mar siguiendo la ruta más accesible, es algo así como Dónde está Wally pero sin que haya cojones de encontrarlo. Pues bien, mi padre madruga, va el primero a la playa y pone las sombrillas en la parte de más atrás del todo; quiero decir que muchos días he madrugado, me he asomado a la playa y he visto impolutas nuestras sombrillas en la parte de más atrás mientras quedaban sitios perfectamente libres en primera fila. Mi padre lo hace para no discutir más. Ya lo he visto tirar una sombrilla al agua cuando otros llegan a las dos del mediodía y se te ponen los primeros. Esto no venía a cuento de nada pero, lo que quería explicar es que mi padre madruga tanto que a otros no les ha dado tiempo a acostarse, por lo que se entera de todo. Yo le digo a mis hermanos que nuestro padre es el “Chérih del condado” y no me falta razón. Sólo él sabe quién ha tirado no sé qué contenedor, quién estaba borracho en no sé qué escalón, quién ha pasado a demasiada velocidad por no sé qué calle… Cuando te lo cuenta puntualmente en cuanto te ve por la mañana, añade: “Tengo una vihta que me pierdo yo solo…” Esa frase casi me marea y aún más dicha frente al mar Mediterráneo. Casi supera a esa otra de “por la noche oigo la yerba creceh…” No quisiera explicarlas todas porque son bastante explícitas pero yo que soy muy imaginativo me imagino a mi padre como un pájaro enorme que tiene tanta visión que no hace más que extraviarse de tanta capacidad óptica.

Vamos un rato con el abuelo. Qué hombre. Tengo que escribir un día largo y tendido sobre él; quiero decir que ojalá encuentre el tiempo para terminar una novela basada en su vida. En fin… a groso modo diré que el abuelo es la mejor persona que he conocido en toda mi existencia. Con eso está todo dicho. Eso sí, hablando es bruto como él solo pero es tan apasionado con la vida que toda esa brutalidad se desfigura en dulce celebración. “Shiquillo… he ehtado soñando ehta noche… unah fantasíah y una tonteríah máh grandeh… ehtaba yo allí en la fábrica de harina… eh la virgen… y tenía una avería que no daba con ella y me he levantao ensudando máh que el copetín…, pero otrah veceh… qué bonico eh de ensoñah… “ Es una pena que sólo escribirlo no permita imaginarlo. Mi abuelo tiene una voz grave y hermosa, una voz muy grande de flamenco; es más, cuando canta se me eriza la piel de tanta potencia escondida. Además mueve mucho las manos y sus manos son gigantes y duras; siempre me parecieron balsas y no sé por qué. Además siempre le brillan mucho los ojos porque independientemente del sol, cuando te mira pareciera que estuviera mirando un mechero encendido con lo que hay una llama en el centro de su ojo que hace que todo lo que mencione tenga una importancia brutal para mí. Aunque nunca he visto a nadie ganar la lotería, he visto a mi abuelo comer. Todo, absolutamente todo le encanta, se pasa el rato de la comida diciendo: “ay, la vihgen, qué bueno ehtá ehto… ehto ehtá mejoh que una patá en loh cataplineh…” No hay nadie tan feliz como él delante de un buen plato de cuchara.

Cada vez que cometo un error, aunque sea un error pequeño por no haber analizado con coherencia las situaciones mi padre, que tiene muchísima paciencia y cálculo a la hora de decir las cosas, me suelta: “Tieneh menoh vihta que una casa quemá…” Toma ahí. O cuando algo no le convence: “Donde se ve la choza, se ve el habío…” Digamos que para todo tiene su propia sentencia y la sentencia no tiene medias tintas. O es o no es y punto. “No ereh máh tonto porque no ereh máh grande…, si te ehtáh quieto ganamoh dineroh… o ereh máh tonto que un perro cargao pihcoh…” son algunas de las lindezas que nos dice con cariño a mi hermano y a mí. Menos mal que con el tiempo hemos aprendido a encajarlas.

Y hay muchísimas más expresiones que los andaluces se van inventando sobre la marcha y que suenan siempre a fiesta, una fiesta macabra y dulce a la vez. Este verano, por ejemplo, me dediqué a poner por la mañana carteles con los lemas del 15 M en algunos de los lugares más concurridos del pueblo. Un amigo de mi hermano, el Jose, que me vio, me dijo: “Joé tío… tú ereh radicáh totah…” Sí, radical total. Estoy seguro de que los carteles, que eran de colores, pasaron desapercibidos para el noventa y nueve por ciento de los andantes. Un día de repente desaparecieron y vi a los de Protección Civil con ellos en las manos, mirándolos con anteojos sin entender nada: “Oye… ¿tú zabeh qué quié desíh ehto Manolo…? … Aveh… Si-te-fí-ah-de-un-ban-co-dor-mi-ráh-en-él… Pufff, ni idea shiquilla… ¿Y ehte? … Vo-tah-eh-e-le-gih-en-se-cre-to-qui-én-te-ro-ba-rá-pú-bli-ca-men-te… ¡Ay, yo qué sé…! Bueno… déjaloh ahí y ya vendrá arguien a poh elloh… Vale”. Bendita e impecable ignorancia.

A veces se pierde el tacto con la forma de decir las cosas. Mi abuela Juana es una mujer dura; por debajo de las mesas controla todo lo que dice mi abuelo dándole un pellizco a tiempo. Es seria, no habla mucho, pero es implacable. Con sus nietos es dulce y lo da todo pero en su casa lleva los pantalones bien puestos. No es tan machista como mi madre porque ella sí dice ven en su casa y mi abuelo lo deja todo. Recuerdo que este verano estaba sentada en el sofá del salón viendo la visita del papa. Yo llegué con Isel y nos sentamos un rato a su lado, con mi abuela no se puede discutir nada de la iglesia, ella es creyente hasta la médula y, por supuesto, admira al papa: “¿Habéih vihto…? Ha salío el papa con una niña surnormáh…” Se trataba de una niña con síndrome de Down pero decir el insulto en boca de mi abuela no era en absoluto maldad sino simplemente como ellos llaman a las personas así, sin más y sin querer hacer daño, más bien todo lo contrario. Isel casi no pudo aguantar la risa. Y sí, allí estaba la abuela, que a la mínima de cambio te pone los programas de testimonios para soltar una grandiosa charla de moralidad: “Qué juventú… paloh leh farta a esoh… paloh…” Y nos cuenta el día que mi madre se llevó el único tortazo de su vida: “Mira, tu madre ha sío muy güena, de siempre… pero un día dijo una palabrota delante del abuelo y de la guantá que le metió le salió sangre…”.

Pero lo que más me gusta de mi Andalucía hermosa, lo que más me gusta de sus mayores es que se apasionen tanto de las cosas que a nosotros nos resultan de lo más natural y por las que no sentimos la más mínima admiración. Este verano fue la primera vez que mi abuelo vio una cámara de fotos digital: “Pero… ¿ya ha salío…? Mira nena, ya sa rebobinao… qué inventoh, qué cabezah, qué inteligenciah…” El año pasado me los traje una semana a Madrid y los llevé a todos los sitios que pude. No les llamó especialmente la atención ni el teatro ni el cine ni nada de lo que yo esperaba que les chocaría más, no. Lo que más les impresionó fue el parking de Callao cuando los llevé al teatro. Bajé hasta la cuarta planta bajo tierra y me dice el abuelo: “La víhn… chiquillo… ¿cuánta gente habrá ehtao cavando aquí…?” O cuando fui a lavar el coche con ellos dentro y lo metí en una de esas máquinas con rodillos que lo limpian entero, el entusiasmo era demasiado: “¡Ale niñooo… madre mía… si mi papa viera ehto…¡ ehto eh mejoh que la feria…!” Y tantas cosas más, una vez me acuerdo que querían ir a Mallorca de viaje y fuimos a sacar el programa del viaje, billetes y demás. No había viajes programados para Mallorca pero sí para Formentera… los llamamos por teléfono y así fueron las cosas: “Abuela… que no hay billetes para Mallorca, que hay para Formentera… ¿Formentera? ¿Eso qué lecheh eh? … Pues una isla abuela… ¿Una isla? ¡Ay… yo no quiero ir a una isla, yo lo que quiero eh ir a Mallorca!”. Desde luego viven en su propio mundo. Un mundo mucho más sencillo donde se niegan a evolucionar.

Tenemos otro amigo que habla un andaluz cerrado como pocos. Se llama Juanjo, buen comensal como es habitual, nos contaba en la playa lo siguiente: “Pueh ayeh ehtuve con el Bartolo y noh fuimoh a comeh una fritura de pescao… totah… que me sentó fatah, yo no sé si por loh aceiteh… o yo qué pollah sé, que me entraron unoh ardoreh que pa qué… y me dijo el Bartolo: pueh amoh y noh comemoh un helao para rebajarlo, y eso hicimoh…” Sí, Andalucía es el único lugar del mundo donde para rebajar la comida, se come otra vez.

Y es que hay tantísimas anécdotas y tantas formas de decirlas que no sé por donde seguir. El otro día mi madre me hablaba de una familia que son ateos y tal y librepensadores y me dijo lo mismo que el bueno de Jose: “pues ná, en esa familia son radicaleh del tó, tienen unah ideah rarah yo creo…” Y más tarde pilla y se va a encargar un pollo: “¿Mamá… alquilahte el pollo?... Sí, pa lah doh ehtará… ¿y a nombre de quién lo hah puehto? Al nombre de tu padre” Ya tiene tela la mujer, que va y pone el pollo a nombre de mi padre que es precisamente quien todos estamos seguros de que no va a ir a recogerlo.

Y está mi padre, otra vez quisiera terminar hablando de él. Pareciera que en su persona confluye todo el salvajismo andaluz. Atraviesa como una bestia cualquier puerta e instala allí sus ideas y sus dichos sin importarle lo más mínimo la opinión de los demás. Sólo un par de veces me he ido con él antes de que le echaran agua al vino este verano. Se coloca en un lugar visible del entorno y lanza sus ideas a diestro y siniestro con fuerte tonalidad de voz. Isel me acompañaba y lo escuchaba igual que yo. Vimos cómo su lucidez aumentaba con cada tercio de cerveza y cómo la gente replicaba o lanzaba su aprobación. Recuerdo que entró el dueño del bar y mi padre le preguntó a Isel (milagro, milagro) que si creía que ese hombre era mayor o menor que él. “Mayor…” dijo Isel con la voz entrecortada. “Hombre… eh que si dices que yo soy mayor ahora mihmo te mando por Seuh 10 a Madrí…” Y es que el dueño del bar se ha dedicado toda la vida al mar y eso se nota en su piel estropeada y curtida al sol de muchos días, realmente parece mayor que mi padre pero tiene algunos años menos. En fin, después de la charla filosófica mi padre se me acerca y me dice por enésima vez: “Si te parecierah máh a mí, otro gallo te cantaría…”. Asentí como hago siempre y nos fuimos a casa a comer; teníamos que rebajar las tapas que nos habíamos tomado antes.

Andalucía es el único lugar del mundo donde a partir de la una del mediodía le empiezan a echar agua al vino. También es el único lugar del mundo que se parece un poco a lo que soy. Pero sobretodo es un lugar como cualquier otro donde se vive y surge la anécdota con gracia.

Mi primo Miguelito, que es madrileño de nacimiento no tiene duda. “¿Tú qué ereh, Miguelito, ¿de dónde ereh?... yo soy andalucío… ¿Andalucío…? ¡Se dice andalú…! Bueno vale… y ¿a quién quiereh máh a tu padre o al tío Loren? Al tío Loren”

Sí, Andalucía es el único lugar del mundo donde la gente tiene razón por narices, donde es indiscutible la sentencia y eso lo sabe hasta un niño de pocos años. También es el único lugar donde los pollos “se alquilan”, donde la gente compra en el “brehca” y en el “sahtrivariuh”, donde cuando se acaban las vacaciones la gente se conforma y dice: “bueno, no pasa ná… ya mañana me queda un día menoh palaño que viene…” También es el único lugar que abandono al borde de la lágrima. Sí, tengo una cosa muy clara… Si alguna vez le pusiera los cuernos a Madrid sólo sería con Andalucía.

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