viernes, 9 de septiembre de 2011

Dejar el trabajo mola si sabes cómo

A veces hay que tomar decisiones drásticas y aunque sea posible el arrepentimiento más adelante compensa hacerlo sólo por el absoluto bienestar que te produce ese segundo en el que has sentido que le has echado narices y al fin decidiste algo y actuaste en consecuencia. Yo lo he hecho, lo hice ayer: he dejado mi trabajo.

Creo que mi descontento por el mismo ya es conocido. Es cierto que al principio parecía que iba a ser un trabajo sencillo sin excesiva responsabilidad, lo que me permitía evadirme un poco, incluso escribir inspirado por el hospital donde me desenvuelvo. Pero creo que duré trece o catorce poemas y nada más. Los primeros meses fueron duros, como todos los comienzos. No sabía muy bien lo que tenía que hacer pero fui aprendiendo por mi cuenta. No siempre llamaba a mi jefe cuando sucedía una avería, intentaba resolverla sin saber nada en absoluto y, cuando daba con la solución, ya sabía que jamás olvidaría cómo solventar la misma incidencia de presentarse. Estuve así bastante cómodo, ganando una miseria el primer año. Después de eso empezó a cambiar el personal que dirige la empresa dentro de la cual colabora la mía: también he dicho alguna vez que estoy contratado por una empresa contratada por otra empresa contratada por el hospital; una táctica para no encarecer prácticamente nada los servicios. En fin, el caso es que después de ese primer año el jefe del hospital empezó a tomarla con el sistema de seguridad electrónica que mantengo. Que si no funcionaba nada que si tal y que si cual. En cuanto había un problema llamaban a Pedrito que seguro que tenía la culpa. Recuerdo, entre otras cosas, una inundación que hubo en el edificio de los laboratorios, incidente que hizo temblar tanto al personal de seguridad como al de mantenimiento. Pero claro, como yo estoy solo en lo que hago, la culpa de la inundación la tenía mi sistema pues como está diseñado para captar incendios, así como del amor al odio hay un paso, parece que igual entre el agua y el fuego. Aún así pude demostrar que en mi sistema llegaron averías que seguridad no tuvo en cuenta a la hora de actuar. Después de eso seguí saliendo airoso de algunos inconvenientes más y empezó a pesarme mucho, demasiado, el trabajo. Ahora tenía que hacer informes diarios de mis actuaciones, tenía que descargar diariamente el historial sobre los eventos que suceden en mi ausencia y debía informar al personal de seguridad para moverme en cualquier dirección. Me sentía como si me estuvieran vigilando no fuera que tocara algo y acabara con mi incompetencia con todos los pobres enfermos aquí ingresados.

Hace unos meses hubo otro magnífico problema en el lugar. Problema que, aún pudiendo ser responsabilidad mía, viene de lejos y alcanza a mi empresa tres años atrás cuando yo no estaba aquí. Problema del que yo nunca he sido consciente y no he solucionado por tanto. Bueno, teníais que haber visto; en cuanto uno de mis jefes se dio cuenta llamó a todos los empleados de la empresa que vinieron como locos y en dos días se solventó para limpiar nuestra imagen frente al hospital. Al mismo tiempo, y como aquí también se están haciendo recortes, salió a concurso mi labor en el hospital. Se presentaron varias empresas de la competencia y, al final, nos eligieron a nosotros de nuevo. Contaba con ello porque creo que hago bastante bien mi trabajo y eso me lo reconocen diariamente quienes me conocen. En fin, para alegría de mis jefes, se prorrogó nuestro servicio por un año más.

Fue entonces cuando me senté delante de mis jefes y les dije que no me compensaba mi labor. Lógicamente no me compensaba económicamente. He dado tantas veces la cara por ellos que consideraba que no sería descabellado un aumento. De no ser así, les mostré mi decisión de irme a la mayor brevedad y cuando encontraran a un sustituto. Se quedaron un poco descolocados ya que supongo que ellos creían que seguirían tumbados a la bartola esperando que les llegaran los ingresos que cómodamente yo les genero. El que lleva las cuentas me dijo que esperara por favor hasta septiembre pues ahora él se iba de vacaciones y necesitaban un tiempo. Me dijo que en cuanto regresáramos del verano me harían una oferta y así hicieron.

Vino el que lleva las cuentas, con el que no sé por qué, desde el principio, choco bastante. Luego tengo que reconocer que el otro, el que me capacitó y me visita de vez en cuando es un tipo bastante competente y agradable. Pero claro, vino el de las cuentas y me preguntó qué cantidad consideraba yo adecuada. Pedí una subida de un 60% y sin volverme loco. Era una cantidad que ya había estudiado yo previamente y que me parecía justa por mi labor. Bueno, el hombre puso las manos en el cielo. Que lo ponía en un problema, que era mucho, que con eso ellos no sacaban nada. Mentira, mentira y mentira. Lo vi en una actitud bastante nerviosa, quiero decir que noté que quería que me quedara pero no pensaba ofrecerme algo que me agradara. Luego comenzamos una charla filosófica y me vino bien conocer todos los lemas del 15M los cuales le iba soltando medidamente. En fin, después de mucho discutir, me ofreció una subida del 40% y le dije que no. Me dijo que tenía que comentarlo con los otros dos socios pero que ya sabía que del 40% no podía subir. Yo le dije que igualmente hablara. Bueno, eso pasó el jueves y el lunes se presenta de nuevo en el hospital. Inmediatamente me pregunta si he pensado lo que me ofreció; yo le insisto con mi querencia pero no cede. Entonces yo bajo un poco del 60% pero tampoco acepta. No nos ponemos de acuerdo y él intenta convencerme de que yo he errado en algunas ocasiones y tampoco es que me merezca tal subida. Se tira una hora diciéndome que él no tendría problema en absoluto en encontrar a otra persona y pagarle incluso menos de lo que ahora me paga a mí. Le hago saber que eso roza casi la violencia, intentar pagar aún menos que lo que yo cobro y entonces hablamos de la situación actual. Yo le pregunto algo que daba por hecho, que si van a ser majos y prepararme los papeles del paro que no les cuesta nada. Me dice que no. A partir de ahí empecé a mirarle las fauces de lobo feroz. Le dije que bueno… que me quedaba hasta fin de contrato, que es hasta noviembre y me dice que mi contrato ahora está abierto un año más desde que firmaron de nuevo con el hospital y tampoco tendría derecho a paro. Me dijo que esa era la razón por la que el país está como está. Yo le dije que el país está así porque él se ha comido más de la mitad de la barra de pan que yo gané con mi esfuerzo. Ya empezamos a hablarnos, creo, de mala manera y no llegábamos a ningún acuerdo. Yo tenía ganas de decirle adiós en el mismo momento pero prefería ser más elegante que todo eso, aunque fuera por el otro socio que se ha portado mejor conmigo. El caso es que llega el tío y me saca una carta de renuncia, de mi propia renuncia, pero escrita por él. En ella decía que acordaba dejar mi trabajo el 15 de noviembre, tiempo más que suficiente para ellos encontraran a otra persona. Le dije que ya escribiría yo mi propia renuncia en caso de tener que hacerlo y que me dijera, por favor, cuándo termina mi contrato. Eso es algo que no me ha aclarado todavía. Ni piensa hacerlo. Bueno, nos despedimos y yo le dije que buscara a alguien y, a la mayor brevedad, me iría.

Quedaron así las cosas, entonces al día siguiente hablo un poco con el jefe majo, me pregunta que qué voy a hacer al final. En fin, esa noche y todas las anteriores estuve pensando largamente. Pensé en Isel o en mi prima Dama que se pasan todo el día, cuando el día tiene luz, trabajando y cobrando mucho menos que yo. Pensé en eso y en mi hermano hasta arriba de facturas y mi padre intentando vender algo. Pensaba en eso y pensaba que debería aceptar, aunque fuera a regañadientes lo ofrecido. Lo pensé también delante del jefe majo, con el que tengo más afinidad. Le dije que estaría sin ningún problema hasta fin de contrato y que seguiría otro año más aceptando la oferta que me hicieron. Vamos, que me bajé los pantalones porque este jefe majo incluso me propuso darme un adelanto de lo que quisiera en vistas a mi intención de crear mi propia academia de estudios. Bueno, habló con el de las cuentas y yo hablé con él y quedé en ir a la oficina a la salida de mi trabajo y eso hice. Lo esperaba todo pero no la situación que me planteó. Ahora no sólo no me ofrecía lo que un día antes estaba dispuesto, sino que me ofrecía menos. Me enseñó que ya había puesto el anuncio en infojobs y tres currículums de chavales a los que ya había entrevistado. Me dijo, no te lo pierdas, que le había costado trescientos euros poner el anuncio y tal y cual y que qué iba a hacer él ahora. Me preguntó que si pensaba que él era mi secretaria y luego, viendo mi actitud hacia él me dijo que le molestaba mucho que yo lo tratara como un trabajador más siendo mi jefe. Le dije que le veo mucho más mérito a otras muchas personas que a su labor; me preguntó que si no valoraba la molestia que se había tomado en buscar a nuevo personal y le dije un no rotundo. Empezó de nuevo a soltarme un lanzallamas de teorías sobre lo mal que lo había hecho yo y que debía tratarse de mi poca experiencia. Yo le insistía y le insistía en que me dijera ya, de una vez, si me iba a dar lo que me ofertaba el día anterior. A todo esto yo tenía mi mano metida en el bolso, con mi renuncia preparada para irme felizmente en quice días. Cuando se dio cuenta de ese detalle se puso nuevamente muy nervioso, se fue al baño, regresó con una botella de agua y me dijo que le dejara por favor que se lo pensara. Yo le insistí en que si ayer le cuadraba subirme lo pactado no entendía por qué no sucedía ahora. Me dijo que se lo pensaría pero que no, que no, que él no podría olvidar el mal sabor de boca de los últimos días, que ya no se fiaría de mí y tal y cual. Le insistí en que me dijera cuándo se acaba de verdad mi contrato y me lo sacó y ponía que hasta fin de obras. Vamos, que ignorante de mí yo había firmado un contrato hace dos años, que ellos me dijeron ser anual, un contrato basura de esos en los que te pueden echar en cualquier momento. Yo deseaba cumplir con mi contrato y que supuestamente acaba en noviembre para quedar bien con la empresa y tener acceso al paro que me corresponde. Pero me lo negó veinte veces y no paraba de decirme que no podía ser, en fin, yo seguía a punto de sacar mi carta pero entonces él nuevamente me decía que dejara que se lo pensara, que se lo pensara porque veréis: Hoy operaban al jefe majo, que estaría convaleciente una semana y entonces no podrían capacitar en tan poco a alguien de irme yo. Me dijo que le dejara que se lo pensara, que se lo pensaría; pero me lo negaba y me lo volvía a negar. En fin, me despedí de él y mientras bajaba en el ascensor me dije: serás tonto, sube y déjalo de una vez y así hice. Volví a llamar al timbre, tardó en abrirme pero llegó. Allí estaba, callado, nervioso, los ojos rojos de enfado y presión y yo allí, feliz como hacía mucho que no lo estaba, con mi carta de renuncia en la mano, la carta que decía que en quince días me escapaba de sus sucias manos, que ya no iba a colaborar más en el llenado de sus arcas mientras las mías se vacían. Allí estaba yo, dándole un portazo a mi propio jefe, diciéndole un adiós rotundo. Y él, sin decir nada, cerrando la misma puerta que yo le había cerrado, mirando la carta con una continencia admirable.

Luego vino lo mejor. Me monto en el coche y respiro, pongo la radio bien alta y empiezo a tararear las canciones. Bajo las ventanillas y dejo que el aire entre largamente en los pulmones. Me voy, pues me pilla cerca, al lugar de trabajo de Isel y le digo que se asome a la ventana. Entonces me ve allí, en mitad de la calle, como un loco, mientras los coches que pasan me van pitando y me dicen gilipollas. Y yo allí, hablando con ella por el móvil, y bailando una danza ancestral que hay en la genética de la alegría; moviendo mucho los brazos, con la camisa del trabajo por fuera, la misma que ya no me pondré jamás. E Isel contentísima por ello, alegrísima por mi decisión. Y yo al borde de las lágrimas, con el corazón a mil por hora, sabiendo haber hecho lo correcto, haberle plantado cara a la explotación, a la estafa y al egoísmo, sumándome a la nada, al despilfarro de mí y a la alegría.

De verdad que dejar el trabajo mola si sabes cómo; es más, creo que un día de estos me pongo de nuevo a pintar.

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