miércoles, 28 de julio de 2010

Sinfónico automatismo

Los goznes de las puertas serán abiertos
tan pronto como vengan las retinas a encerrarnos.

Hay una leña donde han crepitado los ángeles
cautivos de detenerse a decir sin embargo.


El ala ha venido a volarme, el ala.


Yo he subido a un invierno donde era posible
la náusea del termómetro y la nube estaba
encandilada con la forma de su costumbre.


El coro sabe lo que dice y por eso han llorado
en el pentagrama los recreos de las estrellas
que salieron a pasearse tal y como estaba
previsto.


Toda la leche del ojo del ciervo estuvo contenida
en el corazón de la albahaca los meses en que es normal
que lloren las estatuas.


Es más grande que el mundo el sinsabor del violinista
para la fuga que le fue concedida
por haberse portado bien en el tímpano.


Se ha encerrado la muchedumbre a escuchar nada
pues hay un loco suelto que les ha quitado
el sonido de las olas.


Y el loco está sordo y es eso lo que temen,
el loco está sordo.


La ventana se ha asomado a través de mí
y me ha visto tan poco tan poco y tan lejos
que habría jurado que yo era una ventana
desde la que se ve el viento.


Y es poca la altura de las catedrales
para ver el pentagrama, es poca
pues el loco ha sabido decirnos basta
hasta que llegó el tiempo con su comba.


De todos los ríos es sabido el huérfano
que han arrastrado hasta la cabeza,
de todos los ríos es sabido el hueso
en que se ha quedado la muchacha.


La lancha ha salido en busca del sentido
y ha pescado cuatro gabardinas
donde fueron a abrigarse las vírgenes
que quedaron tras el alféizar.


La lámpara tiene una alegría inexplicable
y la bombilla ha hablado con los astros,
pues ha imitado con tanto éxito el bostezo
de la estrella que se ha tumbado en la toalla.


¡Basta, basta!
Mi madre me quiere porque mi ojo machacado
en el mortero de la madrugada
se parece al eclipse de la represalia
donde han gritado las cocinas.


Se ha empeñado el erizo en empeñarme
los cabellos, ¡cosa curiosa!
Tienen sus esfinges la forma del pétalo
siempre que no nos ha querido la mujer.


Yo he querido al amigo tanto tanto
que al abrazarnos fue necesario separarnos
con los mordiscos diminutos
de tres hormigas que sabían tocar
el contrabajo.


Cuando pude viajar en el tiempo,
como es habitual en septiembre,
besé con tanta fuerza a Beethoven
que tuvo que escupirme una música sublime
antes de que mis ojos tuvieran los brazos
de la escopeta.


¡Melena el viento, melena!
La noche estaba tan triste que los nietos
de las brujas salieron a consolarla
con la poción del cenicero.


¡Y está cuerdo el regreso, está cuerdo!
Pues en cuanto vino hubo una estampida
de manos que sabían tocar con precisión
la pared donde nada había todo el rato.


Tan pronto como emigré de mí
supe echarme de menos con la fuerza
de cuatro manivelas.
Tras ellas estaba el parte que daba fe
de mi sábana y eso me hizo dormir
siete sillas hasta el verso siguiente.


¡Penitente, penitente!
Habremos de rezar siete calabazas
para que nos perdonen los excesos.


No pasará nada, no pasará nada,
hasta la ola,
no pasará nada.


Pero que vengan a despertarme los altavoces
donde han cantado los pájaros del adviento,
que vengan a susurrarme los latidos
donde el viento gritaba en alemán,
que vengan, pues más hermosa que la vida
es el genio, más hermosa,
y eso dice el bosque antes de echarse la manta
del testamento de la ubre.


¡Trampa el mundo, trampa!
Es necesario el esguince para ver el esqueleto
de la alegría en los tacones del bastardo.


Mas habrá un daño irreparable en la descarga
donde ha bebido el aquelarre
y la pena merecida tendrá el hambre de las siestas
cuando fueron interrumpidas con el credo.


¡Ceberos quiero, ceberos!
Pues no cabe en el mundo mi alegría
cuando el coro se ha callado,
¡no cabe!


Tanto he huído de mí y tantos saltos
he dado en evitarme
que me he encontrado llorando en la laguna
donde no flotaba nada,
salvo la trampa donde eran dignos
los acordes del talento.


Por eso espero la escotilla,
por eso espero.

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