martes, 29 de junio de 2010

La puerta Al(h)ámbrica V

Como mi cuerpo se niega al verano, me resfrío en homenaje a la tormenta. Hay que estar muy enfermo para atreverse a dibujar el sello de Salomón y eso haré a la tarde, eso haré. Siempre me ocurre así, en cuanto dispongo de tiempo para saber lo que es el sofá me bajan las defensas pues estoy acostumbrado a trabajar veinte horas diarias y cuando éstas se reducen a ocho mis defensas se dispersan y celebran un guateque lejos de mí; entonces caigo enfermo a una temperatura ideal para la geometría, hay que aprovechar la embriaguez de los glóbulos para permitir la vuelta de los compases.


Me vino bien girar además el pasado fin de semana. Había feria en el barrio de San Blas y fui con mis primos a dar una vuelta. Miguelito se empeñó en que me montara con él en el tren de la bruja y no hay quien se resista a la mirada del niño cuando pide por favor primo, por favor. Cuando rondas los noventa kilos es imprescindible dejar de respirar durante el trayecto ya que no cabes en el vagón y es muy necesaria la seguridad del hierro que te atrapa, totalmente necesaria. El problema y la indignación viene cuando la bruja resulta ser un chico vestido de Mickey Mouse y los escobazos son mínimos y encima te regalan un globo, menudo tren de la bruja. Cuando yo era pequeño, aún más de lo que sigo siendo ya, en mi pueblo montaban una atracción muy parecida, sólo que en vez de tener dibujos de Schrek o de Pocahontas, disponía de imágenes de fantasmas, hombres lobo y vampiros por todas partes y pagábamos felizmente para que nos diera escobazos una bruja y no un ratón. La bruja además daba escobazos de verdad y desde los sitios más insospechados, por su parte el rey de Disney lo más que hacía era saludarnos al estilo de los reyes y apenas rozaba con su escoba nuestra cabeza. Menudo tren del ratón, menudo tren. Puesto que aquel día debía ser circular en todos los sentidos y, todo, dispuesto desde el azar que siempre envuelven mis inspiraciones, después del tren de la bruja que no era tren ni era bruja, paseamos por el parque buscando un banco donde sentarnos a comer pipas y mirar la tarde irse antes de que llegara el relámpago. Chema, el padre de Miguelito y mi culpable de Queen, que es uno de los seres más surrealistas que conozco, decidió que el mejor lugar donde sentarnos era una rotonda que quedaba cerca de allí y que estaba muy bonita con sus flores. Como a los niños ya los tenemos acostumbrados al sinsentido todos marchamos al lugar y debo decir que la sensación de estar en un lugar verde rodeado de tráfico fue, cuanto menos, inquietante. No duramos mucho allí porque lógicamente nos dimos cuenta de que no era el mejor sitio pero bastó para que esta nueva concentración de círculos alrededor nuestro, aunque antes yo pertenecía a la longitud y ahora al centro, tirara por tierra la intención primera de mi puerta alhámbrica para empezar a pensar en lo salomónico. Para cenar, por supuesto, comimos cosas redondas, como tomates o chopped y juro que los biscotes eran redondos también; además el queso, que es redondo antes de partirlo, una vez hecho cuñas me dio la idea del orden que habré de seguir para la ejecución del sello final donde irá a parar mi mirilla: 8.



Después de cenar jugamos al Trivial y las fichas incrementaron aún más mi pretensión para con las reglas y la geometría. Como Miguelito se quedó dormido me lo dejaron en casa y, al día siguiente, como está empeñado en pintar como su primo, me lo llevé al Thyssen donde acabó cansándome, yo que siempre canso a los demás de tanto pararme frente a las obras. Le gustó mucho un cuadro de Dalí que hay allí y del que flipamos mirándolo y me escuchaba decir: ¿¡qué cabrón, eh miguelito!? Y ya muchos de allí empezaron a ser unos cabrones para el niño. El puntazo llegó cuando viendo obras de Toulouse-Lautrec, Miguelito me dice: ¡mira primo, Willy Wonka! Y todos se partieron el culo al oírlo. Luego, por supuesto, me obligó a comprarle el póster del cuadro que más le gustó: Sueño provocado por el vuelo de una abeja alrededor de una granada unos segundos antes de despertar, de Dalí y ya lo tiene puesto en su habitación.



En cuanto me despido de mis primos, regreso a casa y busco como un loco por todas partes arabescos relacionados con el sello de Salomón. Son complicados, originales, muy hermosos, perfectos para rodear mi mirilla y dar la impresión de que, cada vez que se va a mirar a través de ella, nos colamos en un laberinto de vistas donde siempre hay alguien al otro lado. Empiezan a surgirme las primeras ideas, trazo los primeros círculos, calculo los primeros ángulos y el boceto empieza a cuajar.



Saber que estoy en una galaxia que gira, que en la galaxia estoy en un planeta que gira, que en el planeta hay un montón de gente que gira y que en la gente hay un montón de sangre que gira y que en la sangre hay un montón de átomos que giran y que en los átomos hay un montón de electrones que giran y que en los electrones hay un montón de quarks que giran, ayuda.

No hay comentarios: