domingo, 21 de marzo de 2010

Revolucionario

Mis tres años aprendieron la manera
de amenazar con junglas las guarderías,
lloraba provocando el caos en los audífonos
tan pronto como mi madre se alejaba
y desde la ventana yo era una lluvia
con forma de nube,
con forma de león.

Así, jaguar para el abandono,
mi timbre era contagio
de niños llenos de aljibes
y no había manera de que las presas
de los juegos
soportaran
la inundación.

Por mucho
que las dulces muchachas
que nos cuidaban
intentaran
estancarme,
yo era una piedra
que intuía el útero
por el que
se despeñó.

Por eso,
cada mez que mi madre se alejaba,
armaba tal rebelión
que las lágrimas las convertía
en amnióticas
y llenaba los pulgares de bolsas
y el chupete era el fastidio
para el cuidador.

Todavía hoy,
cada vez que lo pienso,
abro las compuertas
de la rabia
y pataleo al tigre
enjaulado,
harto
de civilización.

Lloro de chuparme el dedo
sabiéndolo pulgar
y por los sueños
llenos de pompas
donde regreso
al útero
de mis pantanos.

Ahora el mundo
es un ano
enano
y los niños
ya no lloran
como antes.

Estar callados
es
su revolución.

No hay comentarios: