domingo, 31 de enero de 2010

Anecdotario IV

El viernes por la noche no tenía ganas de preparar nada para cenar así que llamé a un restaurante tipo Wok nuevo que han abierto en el barrio y del cual habían distribuido publicidad por todas partes. No me gusta especialmente este tipo de comida pero no tenía el estómago para poliestireno del Telepizza, además en este caso regalaban una galleta de la fortuna que tantas veces he visto en las películas o las series de televisión, así que me decidí por tal memez. Nada más llegar cogí y busqué entre la bolsa tan preciado tesoro apartando la comida que era lo de menos en ese momento. Mi primera galleta de la fortuna estaba perfectamente envuelta y la abrí con sumo cuidado, como si estuviera pintando. Y allí, en su interior, había un papelito doblado con premura. Estuve dos horas rondándolo: ¿acaso tendrá escondido el sentido de mi vida, estoy a punto de descubrir el mapa que es en realidad el tesoro, no se habrán equivocado y esta no era la galletita pensada para mí, harían un cambio a última hora, verdaderamente lo que estoy a punto de mirar me hablará y la persona que lo introdujo hizo breve historial de sus vueltas...? Cuando mi yo menos poético me dio mil bofetadas fue cuando me sentí preparado para leer el interior: Quien tenga este mensaje será rico. Así de simple y tenía razón, cuando probé la mierda de comida que venía envuelta en esos paquetitos que acompañaba a mi galleta de la fortuna tuve que lamerme varias veces para que se me fuera el sabor y yo estaba mucho más rico, sí, que el Takumashi y no hablemos del Supai. Sin embargo tuvieron que pasar dos días para que yo entendiera el verdadero mensaje de la galleta.


El sábado por la mañana estuve trabajando, dando mis clases para apaciguar los exámenes que asustan a mis alumnos. Esto es algo que me satisface sobremanera, pues no sólo disfruto de la actividad, que me encanta, más aún aprendo continuamente. Es un gran gozo que muchas veces uno no tenga ni idea de lo que está explicando pero que siempre tenga la capacidad del conocimiento con lo cual al final se es capaz de resolver problemas que desconocía. Lo que más me divierte es que cuando voy conociendo a mis alumnos voy conociendo la mejor forma de que estos comprendan y voy acumulando en mis sacos las mil metáforas de las teorías de la relatividad y los cien millones de formas de resolver la misma integral cuando se encuentre la estrofa capaz de amaestrarla. De verdad, no hay nada como enseñar poesía en las clases de matemáticas. A ver chicos, una asíntota es un amor imposible; no olvidéis que una función biunívoca es ni más ni menos que un mundo sin infidelidad y cuando estéis en la fiesta de las funciones nunca mandéis a la exponencial a que se integre, ella os dirá que se quedará igual así que sacad a bailar a otra expresión matemática con dos buenas funciones multiplicativas por escotazo, no sólo os acompañará, también os enseñará sus establos donde hay vacas vestidas de uniforme. Qué maravilla.



El resto del día de ayer lo pasé con mis primos vallekanos. Nos pusimos bien de vino permitiendo así que la siesta pasara en un suspiro y luego fuimos a comprar. Al llegar a casa el frigorífico se me puso tan feliz que dejó de llorar en su rincón olvidado. Miré el cuadro que me está siendo anecdotario y me dijo que por favor le pintara de una vez dos pianos blandos secándose en un cordel sibaríticamente derrochado hacia una luna alcanzada por la gloria del entrenamiento de un arquero plateado; y así hice, qué remedio. Después miré a la Ivonne tallada y ésta, que no me habla, me dijo con los ojos que será ella quien habrá de hacerme rico. Descubrí su reina doblada a posta en apoteósica y minúscula inclinación y me atreví a meter mi orondo brazo en las inmediaciones de mi cuadro, descubriendo que mis dedos se hacían de oro tan pronto los colocaba sobre los cabellos apocalípticos de aquella blancura inventada.



Hoy también estuve dando clases, después el coche, que es muy majo, se negó a arrancar, lo maldije cien mil veces hasta que le dije que quería ir a casa a pintar, entonces hizo cierto amago y se puso en marcha. Busqué durante tres siglos el mensaje de mi galleta que me hizo tan afortunado y recordé que seguramente estuviera en la basura que tiré esa misma mañana. Me puse pues a pintar un brazo terriblemente carnoso que tenía el santo valor de mancillar mi pintura. Me entraron las ganas habituales de rajar la obra a medio terminar hasta que, oh descubrimiento, debajo de la bota que me hace las veces de pincelero encuentro aquellas palabras, entonces sí vi a Midas y me aventuré a manifestarme dorado a través de mis acojonados tocamientos.



Cada vez que me doy cuenta de que he sido capaz de tallar al óleo el hermoso rostro de cien mil princesas de las cuales la mía es el recopilatorio de los mejores de sus vértices soy tan rico que, de un soplido, se me multiplican los milagros de los doscientos euros de pacotilla que llenan mis despensas. Por un momento, en serio, tal es mi riqueza que se me olvida el hospital y el rostro de la mujer que vi morir el otro día entre una corredera de pasillos y se me olvidan los ojos llenos de terremotos de Haití... y todo es un tendedero de pianos donde las pinzas llegarán más adelante; pianos que de tan blandos todo lo que tocan suena a agua; pianos que como no se sequen pronto acabarán desintegrados en la música que nadie quisiera escuchar nunca. Y qué tristes se los ve sin su sombra, ellos me lo dicen, qué hay de nuestra sombra me dicen y yo les digo que llegará, que me da miedo, que por eso siempre dejo para el final las oscuridades porque nada debería interponerse porque qué bonita podría estar la luna si no fuera reflejada y tuviera en el útero un candil.



Mientras me encuentro en tales plenitudes me llega un sms de la primera muchacha a la que amé íntegramente, que qué tal, que me tiene abandonado, que está de exámenes, que todo bien. Le contesto que yo también, que me estoy haciendo rico porque estoy pintando dos pianos blandos secándose en un tendedero y que no escribo nada bueno desde el verano pasado cuando le descubrí en los ojos bombas de relojería y, a la alquimia del whisky y el vodka hermosamente combinados, fuimos tentación, es decir, atentado, es decir, carnema.



Por lo demás, mañana es el lunes de las ochos horas que me son trece.



Mañana le preguntaré a Dios que por qué no descansó más tiempo, engendrar semejante basura debió dejarlo agotado.



Y no pasa nada, seguiré siendo rico.



Nunca menospreciéis el poder de una galleta.

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