viernes, 3 de abril de 2009

Escapada a Bilbo

Día memorable fue el 2 de Abril. Me levanto temprano, entrego la llave del sórdido hotel donde pasé la noche, arranco el coche y con el temor del que desconoce bastante la ciudad de Bilbao, me acerco a Cruces sabiendo que encontrar aparcamiento cerca de la casa de cultura será tarea difícil; pero... tras dos vueltas a la manzana encuentro sitio. Mientras camino hacial el lugar, otro temor se me agarrota; no sé si habrá alguien que me eche una mano en el traslado de las obras o si tendré que darme unas cuantas vueltas para hacerlo todo yo mismo. Tema solucionado: nada más llegar pregunto por Elena que no está, lo llevo claro, me digo. Entonces me reconocen, ¿tú eres el artista, no? Digo sí, pareciéndome precioso que alguien me llame artista, aunque suene a circo o a mentira. La chica de recepción hace una llamada: "Chicas, está aquí el artista que ha venido a por sus cuadros" y entonces cinco muchachas, todas con una hermosa marca en su atractivo, aparecen de repente con mis cuadros. "¿Adónde los llevamos?" Me siguen entonces hasta el coche, allí quedo yo colocándolos, vuelven a la casa de cultura y de nuevo vienen con mis obras paseando por la calle templada de la ciudad. De haberlo grabado, os aseguro que habría sido mi mejor obra de arte: Cinco muchachas vascas recorriendo mis trazos por las avenidas, como una exposición ambulante, nunca mejor dicho; como una galería nómada, donde los marcos son sólo la leve aparición de unas manos femeninas. Más ancho que largo les doy las gracias, me despido de ellas, me dicen que tengo que volver; ya lo creo que volveré, pienso entonces. Pero la sonrisa de este éxito memorable se me deviene cuando aparece el último y más profundo temor: cómo estará Laura. Así que hago un poco de yoga invisible antes de entrar en el hospital, subo a la segunda planta, habitación 253. Lo primero que veo al pasar es a su madre y su tía Mari, ella está sentada sobre la cama, con buena cara, mucho más delgada y con una herida de guerra que le cruza todo el pecho. Fue una sorpresa para ella, pues no sabía que me iba a presentar allí de repente un miércoles además, pero ya sabéis, así soy. La sorpresa fue mayor para mí, que lejos de provocarme aquella herida cerrada esa sensación gris de tristeza por lo que representa, me causó una bonita percepción; con esa simulación de cremallera típica de las aperturas de quirófano, el cruce de Laura en el pecho resultaba precioso, como si guardara un secreto muy bonito ahí adentro, que es el secreto que ya sabéis muchos, que venció al tumor, que el lunes seguramente le darán el alta y que muy pronto todo habrá pasado como un mal sueño. Estuvimos paseando por el pasillo largo de la planta, con esa sensación de que todo está siempre atestado y tapiado en el hospital... y luego la pequeña Laura se atrevió a subir las escaleras y a bajarlas, muy despacio, sin prisa, era otra meta que se apuntó aquel día. Le propuse escaparnos a Castro a ver el mar; ella supo que no bromeaba aunque nos riéramos de la ocurrencia. Me dijo que no se lo repitiera dos veces, porque lo habríamos hecho; queda apuntado para otra ocasión. Me despedí como a mediodía y puse rumbo a Madrid; los cuadros iban directos a otra pared, el viaje fue sin problemas, de no ser porque al poco de dejar Burgos me parara la guardia civil (tanta suerte he tenido yo siempre con estos chupópteros), hicieron que dos perros olisquearan mi coche y les resultó muy raro que llevara el vehículo cargado hasta arriba de cuadros; una vez me dijeron: "Puede usted seguir, tiene toda la pinta de ser un traficante de drogas y perdone que le hayamos hecho oler a los perros ese cuadro donde hiciste las estrellas con detergente, tenía toda la pinta de ser cocaína", les di las gracias por existir y regresé al fin a casa, Fer me esperaba (Fer, el pequeño y bueno de Fer) y fuimos directos a colgar los cuadros, pero eso es otro tema. Y nada más, como véis: un día memorable.

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